7.29.2006

Nicolas Davis

Onde andará Nicolás?

Anda ontem estávamos na porta da Sala Zitarrosa, num frio e úmido setembro, à cata de um átimo, um suspiro, um instante mágico afinal flagrado pelas lentes da Nikon analógica.

Para onde desviou o olhar cansado de Gus? Aquela noite de setembro de 2002 ficará guardada na nossa memória.

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Uma pequena nota: resolvi postar em espanhol algumas nótulas. Penso facilitar a vida dos amigos orientais. Besos a todos.

Princeps

"Y no halló nada…

No pudo hallar a Batlle, ni a mi padre ni a mi madre, ni a Marx, ni a Arístides, ni a Lenin, ni al Príncipe Kropotkin, ni al Uruguay ni a nadie…
Ni a los muertos Fernández más recientes…
A mí tampoco me encontró". (Zitarrosa).

Para ver las estrellas Para ver las estrellas. Consíguete una buena compañía para ver las estrellas. Asume y en vez de porquerías consume cosas bellas. Mamá lloró en la tarde, papá lloró en la noche. Mamá teleteatros, papá teletenoches.
El gato ni se entera, él siempre está por fuera. Se sienta en el portal a esperar a su amor...Consíguete una buena compañía para ver las estrellas. Mamá dice ¡Qué horrible! papá dice ¡Qué horror!

El negro y Wilma ríen con Amo y Señor. El Sapo ni se entera, el vive en La Paloma. Se sienta en el portal a esperar a su estrella se sienta en el portal a esperar a su amor...Consíguete una buena compañía para ver las estrellas. Pero nadie es perfecto aquí en este lugar y una estrella de verdad nos puede despertar, despertar en las nieves del Norteo en las playas de un mar tropical.
Despertar en las cuevas profundas o en un barco en el medio del mar, pescando con las tribus libres que hablan con la estrella y que cantan por cantar.

Conmuévete con algo (como un tonto). Conmuévete con algo (¡Y ojo el golpe de atrás!)Conmuévete con algo...Y consíguete una buena compañía para ver las estrellas.

FZ zoot allures

Frank Zappa en São Bernardo do Campo

Al lado de Maurilio Comino, en la Calle 23 de maio, Jardim Antares, São Bernardo, vemos a Gustavo Pena con una expresión que seguro recordará a Frank Zappa.

No está lejos de la verdad decir que Frank Zappa aterrizó en São Bernardo por esa época. De hecho, todo cabe en un tamaño único: desde la descripción pormenorizada del itinerario de San Berdino (She lives in mojave in a winnebago. His name is bobby, he looks like a potato...) hasta los parajes algo-serialistas de The perfect stranger...

Nunca más dejé de apreciar ciertas circunstancias zappianamente. Creo que mi madre tampoco. Las cajas acústicas de la calle Jurubatuba berreaban para desespero de Doña Amélia: my guitar wants to kill your mama...

Bernaux cité, sus calles enreheladas, sus esquinas sucias y malvadas, transitábamos por sus cafés, escaparates, visitábamos el Bar de las Putas en el final de la noche para una cerveza. Jam sessions impregnadas de cannabis y sueños. Ciça, Amauri, Dito, Joãozinho little. Tribu maltés. ¡Cuánta cosa cabe en el tamaño único de nuestro inconsciente!

Cierta vez, bajando la Marechal Deodoro, al lado del fallecido Cine Anchieta, nos apostamos delante de la puerta de una tienda de artículos femeninos, como si fuéramos maniquíes. Estatuas minimalistas, en realidad. Expuestos a la mirada curiosa de transeúntes asustados, con gestos minúsculos reportábamos una percepción trascendental, interpersonal, intertemporal. ¡Éramos seres alienígenos!

Andábamos con sombreros en el rocío, relojes-despertadores en el bolsillo de la gabardina cincuentona y flores en la solapa. Una generación flower-power asíncrona. Nuestra lectura del fenómeno cultural que avasallaba a la juventud era no-linear. Notábamos claramente la intertextualidad que traspasaba el sonido y la letra del rock que a final componía nuestra banda sonora y pautaba un comportamiento de laxismo formal, apuntando para un reencuentro con el sentido más sencillo de la vida.

No por casualidad convergíamos en núcleos de convivencia. Un capítulo a parte sería "La familia", en el sitio de la Doña Laura. ¡Eso queda para después!

Crystal silence

Agua cristalina. Alma cristalina. Crystal silence (El Sonido).

En aquellos días fríos de São Bernardo do Campo, en la pequeña habitación, allá en el fondo de la calle Jurubatuba, creamos nuestra cocina musical.

Había un kenwood (que aún lo tengo - ¡reliquia!) donde grababa en dos pistas estéreo, pero era necesario superar, con cálculo analógico, el delay entre lo que se oía y lo que efectivamente se grababa. Imaginen el trabajo que daba grabar las dos voces...

En aquellas tardes consumidas en la notaría, Emanuel & Gilda se quedaban en casa y realizaban las tareas, digamos, estrictamente musicales.

Me acuerdo de innúmeros pasajes - todos ellos registrados en películas de audio diligentemente conservadas. Nos quedábamos hasta altas horas de la madrugada improvisando blues y raras secuencias que ejercitábamos única y tan sólo para confirmar lo que ya sabíamos: no era necesario ensayar, tamaña nuestra armonía.

Un sonido es emblemático de toda la serie grabada. Gustavo, con su letrita esmerada, escribió en una etiqueta en papel verde: "no desgrabar. Aquí está “O Som". El Sonido. Más tarde, vine a llamarlo Crystal Silence.

¡Cuánta sutileza, cuánto misterio, cuántos mensajes cifrados en esta pequeña pieza de audio! Me siento como el sabio que, de pronto, se olvidó de la palabra mágica que abría las puertas de la percepción.

Ya no teniendo ojos para ver, tampoco oídos para oír, sigo confiando, por pura fe, que hubo dispensación de virtudes y manifestación de misterios.

Para oír, haga el download aquí: http://www.irib.org.br/sj/crystal.htm

Una perla y un diamante también

Una joya preciosa - siempre consideré a Gustavo una verdadera joya preciosa, ¡una perla!
Reunía en sí tantas y tamañas calidades, tanto valor, era, de hecho, una persona luminosa.

Manipulando las imágenes que aún guardo en mis archivos (no olviden: ¡Soy un registrador!) veo cuanto sus gestos eran delicados, suaves. Hasta diría que eran gestos femeninos. Tenía la costumbre de expresar los fraseados musicales más complejos con el movimiento gracioso de sus manos. Puedo decirles que casi "veía" la música, con sus asombrosas y misteriosas arquitecturas.

Pero Gustavo era también un hombre vehemente. Apasionado. A veces era duro, empedernido, pero su genio no permitía que fuera menos que un diamante. ¡Un lindo diamante!

Gonna leave this town...

Gus, en aquella noche del 11 de septiembre del 2002, con su harmónica cromática, rompe un triste lamento de un blues.

¡Ah! mi querido príncipe, ¿Cuántos trenes pasaron en nuestra estación? En aquellas noches eternas de Montevideo, oía "hear my train A coming", escondido bajo la mesa, huyendo de la mirada que hurtaba el alma. ¿Se recuerda? A su hermana no le había gustado... Creo que hoy comprendería.

Curioso... a propósito de esa imagen, me viene cierto pasaje triste de mi niñez. Decía Doña Amélia que yo era un niño esquivo. Cuando llegaba alguna visita, decía ella, "el niño resbalaba hacia debajo de la mesa" y se quedaba allí al acecho, en un silencio nada amigable. Alguien tendrá asacado el epíteto bicho do mato para calificar al niño inconsolable. Y el apodo se plastificó en mí. Estar debajo de la mesa es desvestirse de la propia humanidad.

Pero el reducto junto al suelo nos daba una perspectiva excelente. Veíamos a las personas como ellas realmente eran. Era una mirada destrabada de preconceptos y sombrancería. Convengamos, ¿hay algo más soberbio que la mirada del otro deferido por encima?

Las miradas intercambiadas, los sonidos intercambiados, bien tocados, las palabras justas ("allá, donde somos un exacto acorde") todo eso, como en una oración perenne, habrá de repercutir eternamente.

Gus in the sky with diamonds

Rememorando los pasajes maravillosos vividos con mi querido amigo Gustavo Pena, El Principito, me pareció que debería publicar algo que sólo pude compartir con algunos pocos amigos.

Rendir un sincero homenaje al gran amigo - ese era el deseo que siempre alimenté, aún cuando él estaba entre nosotros. Quizás me quedan por publicar las fotos que tengo en mi archivo... ¡no sé! Quizás editar las músicas producidas en la década de 70 y que también conservé en grandes rollos de cintas. Creo que realmente soy un conservador. Pura vocación. Aquí van, al menos, las notas, con un apéndice de un hombre peregrino.

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Creo que ahora - solamente ahora - descubrí porqué pasé a olvidar el nombre del hombre. Por increíble que parezca, mi resistencia a las pérdidas (la mirada tardía de abismo que todos experimentamos en la vida) es tan grande y tan presente en mí que, por contaminación de sentidos, acabé por hacer con que el nombre del hombre fuera hacia el fondo del lago plácido del alma.

Gustavo es un gran amigo. Hermano, padre, hijo, espíritu que me animó a las bellas cosas de la vida.

¿Jazz? Digamos que "lo oí", por primera vez, acompañando su gesto elegante en el movimiento de sus manos inteligentes. Tizaba en el aire un complejo fraseado de John Coltrane; o entonces tocaba delicadamente el aire con la punta de los dedos y así me traducía el fraseado de El mar. Así comprendí la profunda arquitectura de la música.

A Frank Zappa le fui formalmente presentado en las calles eternas de Montevideo. ¡Cuántas veces nos embreñamos en infindables jam sessions, madrugada adentro, recorriendo los caminos musicales que han sido abiertos por Hendrix, Almendra, Pescado Ravioso, Led Zeppelin y Zappa... Coltrane, Benson, Wes Montgomery, Jean-Luc Ponty, la salsa maravillosa de Centroamérica y... El blues de Cris!

Sí, one size fits all, little wing!

Su incesante búsqueda, su locura, su alucinada búsqueda por si mismo, nos movilizaba a todos, sus amigos y discípulos, en una urgencia de delicadas solicitudes.

De alguna manera nos creíamos en un mundo raro. Reconocíamos, un poco asustados, los contornos familiares ahora transfigurados por la magia de la música. ¡Cómo lo amo! ¡Cómo llevo en mi alma sus delicadas preces! Mi querido niño de Dios, principito de las alturas, déjame embalarte en mis oraciones, confortarlo en el seno generoso de la vida eterna.

¡Déjame besarlo con todo mi Amor y agradecimiento!

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Esas mutaciones en nuestras vidas, tan abruptas, tan profundas, tan definitivamente definitivas... ¿Cómo llevar eso? Me acuerdo de una tarde - una tarde como tantas otras tardes; todas ignoradas simplemente - sentado en esta celda confortable cuando, de pronto, alguien irrumpe en llantos y me informa que mamá se había partido.

Nunca voy a olvidarme de Eliane, con el rostro transfigurado en dolor, un dolor reflejo, diciéndome que tenía una noticia grave. No lloré, no me desesperé, no sufrí un dolor profundo e inconsolable. No. Lo que ocurrió fue que mi respuesta a la muerte fue la vida. Note: en la noche de la partida de Doña Amélia a Helena ha sido generada. No sé cómo pude. Tampoco como ocurrió. Tampoco sé si debería... Si yo te digo que no pude llorar, aún hasta hoy, la muerte de mi madre, ¿Me creería? Sólo ahora, pasados tantos años, su imagen me viene inesperada, fuerte, como una grave noticia del alma. ¡No sé como llevar eso!

Mis sentimientos implotaron como estrellas negras, con pavesas centrípetas, recogiendo para sí cada miga, cada lágrima, absorbiendo definitivamente cada pensamiento, como si fuera posible agotarme de toda la humanidad en silencio, hasta no quedar nada más.

No pude llorar la partida de Nadir. No pude llorar. No pude llorar la partida de Bete. No pude llorar. No pude llorar la partida de Sérgio Santos, de Mário. No pude llorar. La partida de Gustavo. No pude llorar. Quizás no haya querido o podido llorar la partida de mi padre.

Todos se fueron y yo, aquí, reúno los cacos para reformar el sentido de mi propia vida.

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A veces, me siento como el alma del desierto, barrido por los vientos fríos de los recuerdos en una noche sin sueños. Un desierto que no es de desesperanza, pero instruido de la profunda comprensión del nada, de la insignificancia de nuestras existencias; un desierto cuya única sustancia es la certeza de que, por fin, ya no queda nada. Pulva et umbra.

Mis alegrías son sólo pasajeras. Veo la tarde con los ojos de quien ya se fue. Observo la gracia que se manifiesta en mis hijos, en los visos que denuncian la eternidad en baile y movimiento; nos traspasa, con fluidez sublime, imponderable, huidiza. ¡Allí está la Verdad! Pero ya se me escapa, no está allí; ¿Estará acullá? ¿Más adelante? ¿Qué hizo Dios de nosotros, seres débiles e indefensos? ¿Qué esperanza nos alimenta? Y, sin embargo, seguimos viviendo y reviviendo como si pudiéramos, por fin, vencer la última, la madre de las batallas. Pero, ¿Qué última pelea podrá existir cuando ya no hay recuerdo esencial de la primera?

No tengo nombre, no tengo edad, no tengo ciudad, no tengo lágrimas.
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"Pero cuando nada más subsistiera de un pasado lejano, tras la muerte de las criaturas y la destrucción de las cosas - solos, más débiles pero más vivos, más inmateriales, más persistentes, más fieles - el olor y el sabor permanecen todavía por mucho tiempo, como almas, recordando, aguardando, esperando, sobre las ruinas de todo lo más y soportando sin exceder, en su goticuela impalpable, el edificio inmenso de la recordación "Proust, No Caminho de Swann.

Para Sérgio, hombre de cuyo nombre me acuerdo con cariño. Londres, 15 de julio de 2004. EFJr.

Abajo los milicos

Era un tiempo duro, aquél. Década de 70, la policía nos abordaba en la calle con violencia y todos éramos sospechosos... hasta que se probara lo contrario. Nosotros, los jóvenes, quiero decir. Cabellos largos, pantalón azul-desmayado y ese montón de símbolos que marcaron aquellos tiempos picudos.

Pero había un símbolo mucho más poderoso y sobre lo que quiero hablar.

Conocí a Gustavo Pena en una feria hippie, allá por los 1973 ó 74. Mi amigo, Ariel Dennis Denstone, era un gran artesano - un orives que creaba, con ácido y soplete, intrincadas y bellas piezas de alpaca, componiendo lindos mosaicos poblados de pequeños y delicados seres.

Salíamos para vender sus piezas donde fuera posible. Y yo lo acompañaba encantado, soñando sus sueños, oyendo, en un viejo grabador K-7, rock progresivo y el blues de John Mayall. (Puedo garantizar que nunca más me olvidé la manera peculiar como ese bluesbreaker tocaba la gaita de blues).

Muy bien, yo era su secretario, un diligente compañero, un fiel escudero. Ya él era un artista. Un ser especial. Un inventor. Por esa altura, me contentaba en ser un simple burócrata. Un hombre que ya echaba raíces en una actividad que se confunde con la historia de mi propia vida. Para ser claro: era un escribano, era ya un aprendiz de registrador de la propiedad. Un Bartleby - ¡"ligeramente arreglado, lamentablemente respetable, extremamente desamparado!", como lo retrató Melville.

Fuimos a una plaza. Ya no sé donde queda. Perdí los mapas en un rincón cualquier de la memoria. Fuimos y volvimos en tren. Pero en la plaza, donde Ariel exponía sus cobijados objetos de arte, conocí, en una tarde de domingo, a Gustavo Pena. ¡Recibía, en aquel domingo, el más precioso regalo de la vida!

Él no hablaba portugués. Yo tampoco el español. Pero eso no nos impidió de inmediatamente establecer una comunicación que jamás se interrumpiría – ni tampoco en los períodos en que nos alejábamos por varias razones. Puedo decir que ni incluso ahora, cuando me acuerdo de todas los puentes que mi querido Príncipe cruzó en su vida.

Hablamos por largas horas sobre música. El código que redujo el babel de nuestras experiencias ha sido la música.

Gustavo fue un arquitecto de sonidos y creaba puentes. Una imagen de puentes quedará en la memoria para siempre. En las paredes de un gran muro blanco, en los costados del Monumento del Ipiranga, en una madrugada fría de la Paulicéia que él poco conocía, con su letrita elegante y segura, registró: Yo caminaba por el puente... con un sombrero.

Al lado había el insepulto Riacho del Ipiranga. Durante meses, incluso después de su partida a Montevideo, se echaba de frente con la inscripción. Lo sabía conectado, como yo estaba en nuestra inmediata comunión musical.

Nada ha sido por acaso. Riendo aquí mis homenajes al gran artista, músico, actor, filósofo y amigo eterno.